|
Breve
repaso por la vida del gran director de cine
Fuente:
"El Comercio"
Fue
cineasta de vocación, muy respetado y recordado en el ámbito del cine
nacional por ser el primer director peruano en lograr reconocimientos
internacionales, elevando la calidad del sétimo arte en nuestro país.
Nació
en Nueva York el 7 de febrero de 1923 y vivió en el Perú desde 1933, en la
localidad de Chosica.
Empezó
estudios de Medicina en la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos, pasó luego a la Facultad de Letras, pero no culminó
sus estudios. Ejerció el oficio de periodista a lo largo de siete años en
la década de 1960, escribiendo una columna titulada “Lenguaje
Misterioso” en el Suplemento Dominical del diario El Comercio, columna que
retomó en los años 80 y 90.
Como
realizador e intelectual, Armando Robles Godoy,
introdujo en la década de 1960 un estilo poco convencional de hacer cine y
fue impulsor de una ley que permitió la producción en el Perú de películas
de calidad.
Robles
Godoy, recordado por sus filmes “Espejismo” (1973) y “Sonata
Soledad” (1978), fue el primero en el país en desarrollar un cine de
autor, según coincidieron el crítico de cine e investigador peruano
Ricardo Bedoya y el cineasta Francisco Lombardi.
Robles
Godoy “fue una persona que creyó que a través del cine podía transmitir
una visión del mundo” y que a través de su cine de autor “captó el
espíritu de la época”, dijo Ricardo Bedoya, autor entre otros libros de
“El cine sonoro”.
No
tuvo una filmografía prolífica pero su manera de hacer cine era muy
particular. Por un lado pretendía “hacer un cine muy profesional desde el
punto de vista técnico” y por otro, se caracterizaba por sus
“dislocaciones temporales, juegos de espacio y sonidos”.
CINE
ARTÍSTICO
Fue
un “cine artístico, declaradamente “de autor” que introducía una
serie de figuras del lenguaje cinematográfico que estaban en boga en el
momento en que en Europa triunfaba la “Nouvelle vague””, dijo por su
parte Francisco Lombardi.
“Él
tenía una inclinación por el cine simbólico y metafórico”, comentó
Lombardi, quien ha sido galardonado con varios premios, entre ellos, el
Glauber Rocha a la Mejor Película de América Latina en el Festival des
Films du Monde (Montreal, 2006) por su filme “Mariposa Negra”.
Además
de formar a varias generaciones de cineastas, Robles Godoy fue impulsor de
la Ley de cine 19327, promulgada en 1972.
Esta
norma, también llamada Ley de Promoción de la Industria Cinematográfica,
y que fue derogada en 1992 durante el régimen de Alberto Fujimori, permitió
la realización de cortos y largometrajes en Perú con el beneficio de la
derivación tributaria y la exhibición obligatoria en las salas comerciales
de las películas nacionales.
“Siempre
estuvo preocupado por conseguir un sistema que permitiera hacer cine con
apoyo del Estado”
FAMILIA
DE ARTISTAS
Hijo del compositor y musicólogo peruano Daniel Alomía Robles Alomía
Robles, autor de la conocida melodía “El cóndor pasa”, y la cubana
Carmela Godoy, Armando Robles Godoy no solo filmó seis largometrajes y 25
cortometrajes, sino que también se dedicó a la literatura, el periodismo y
la docencia, labor a la que dedicó tres décadas de su vida.
Con
una vitalidad envidiable y una personalidad particular y controvertida,
Robles Godoy era capaz de hablar sin tapujos de temas considerados tabú en
Perú, especialmente referidos a la sexualidad.
Poco
antes de su muerte, indicó que “la muerte es tan misteriosa como la vida
y la palabra misterio es aplicable a todo lo que llamamos realidad. Todo es
un misterio, inclusive lo que no parece misterioso”.
Además
Robles Godoy dirigió “Ganarás el pan” (1964), “En la selva no hay
estrellas” (1967),“La muralla verde” (1970), e “Imposible Amor”
(2003), además de 25 cortometrajes y una telenovela.
ESCRIBIÓ
NOVELAS Y CUENTOS
El
artista peruano, nacido en Nueva York en 1923, también escribió tres
novelas y cuentos, entre ellas “Veinte casas en el cielo”, “El
amor está cansado”, “La muralla verde y otras historias” y “Un
hombre flaco bajo la lluvia”.
AVATARES
DE SU FILMOGRAFIA
Relato
de Ronald Portocarrero
Durante
algo más de 20 años, entre los años 40 y 60, el cine peruano desapareció
de nuestras pantallas. Apenas algunas coproducciones con México para
atrapar públicos cautivos que la incipiente televisión cautivaba en medio
de la nada. Pero la década del 60 trajo una esperanza de la mano de Armando
Robles Godoy (Nueva York 1923).
Armando es hijo del gran músico huanuqueño Daniel Alomía Robles y sus
aspiraciones artísticas fueron siempre muy claras desde su juventud. Su
primera pasión fue la literatura, luego el teatro y al fin el cine. Se
convierte en crítico de cine entre 1962 y 1963 en el diario “La
Prensa”, bajo la impronta de la “nouvelle vague”. Antes de su
acercamiento al cine, Armando cargó familia y sueños y adquirió una pequeña
parcela de tierra en los extramuros del mundo. Se mudó a un lugar cerca de
Tocache, cuando era casi tierra virgen y las plantaciones de coca para el
narcotráfico no existían en el mapa del mundo.

Antes de su autoexilio en la selva, ya había escrito varios cuentos y su
paso por el teatro aún se recuerda. En la experiencia teatral trabó
amistad con Tulio y José Velásquez, médico el primero y actor y maestro
el segundo a quienes invitó a visitarlo en su retiro amazónico. Tulio,
creo, llevó a esta excursión una cámara Bolex de 16 mm. y algunos rollos
de cien pies. Allí se inicia su otra aventura, la del cine. La experiencia
de la selva la plasmaría luego en un relato literario y después en su
tercer largometraje “La Muralla Verde”, de claros tintes autobiográficos.
En 1965 estrena su primer largo “Ganarás el pan”, una especie de
documental y ficción publicitario cuyo mérito principal fue despertar una
nueva esperanza para el cine peruano. Esa esperanza se desvaneció luego de
los tres primeros minutos de proyección. Pero ahí estaba dando batalla.
En ese mismo año, Armando junto con Augusto Geu, crean la primera Academia
de Cine, con el aval del ministerio de Educación. Tuve el privilegio de ser
parte de esa primera promoción, de la que formaron parte Jorge Suárez,
Gianfranco Annichini, Nora de Izcue y muchos otros jóvenes que creían que
el cine podría ser una manera de expresar los sueños. Y así fue. Más de
40 años después, el cine sigue siendo el territorio de los sueños. Por
eso escribo estas crónicas que de alguna manera fueron sembradas en las
clases de Armando, Augusto o Miguel Reynel. Fiel a su vocación de maestro,
Armando continuó con su Academia por varias generaciones. La Academia tenía
duración de seis meses.
Pero luego consigue el financiamiento para hacer “En la selva no hay
estrellas” (1967), también basado en un relato suyo. Este fue en verdad
su primer largo personal. Allí puso sus cuitas morales sobre la ambición y
la culpa, pero también ensayó un estilo aprendido con Resnais: la
fragmentación del tiempo y del espacio.
Las generaciones actuales no han visto “En la selva no hay estrellas”.
No hay copias disponibles. En 1979 hice una muestra de cine peruano en
Buenos Aires. Pocos días antes de la inauguración se me acercó un señor
mayor y me dijo que tenía una copia de esta película. Quedé asombrado y
le pregunté quién era: Jorge Prats, Director de Fotografía del film de
Armando. La gente que acudió a aquel encuentro pudo ver, después de trece
años, su segunda película.
Poco después, Armando inaugura su Academia Profesional, que debía durar
dos años. Incorpora como profesores a Orlando Aguilar, que acababa de
llegar de Italia, graduado en el Centro Sperimentale, a Pedro Novak, llegado
de Estados Unidos y a Mario Acha desde Bélgica. Todo ellos venían con las
mochilas cargadas de conocimientos técnicos impresionantes para los jóvenes
de ese entonces. Se incorpora también al staff de profesores, el crítico
de cine y teatro y luego dramaturgo, Alfonso La Torre. Era un equipo de lujo
frente al desierto del conocimiento. Mientras la Academia Profesional seguía
su rumbo, Armando preparaba con Nora de Izcue, su tercer largo: “La
Muralla Verde” que la realizaría entre 1968 y 1969.
Yo era una especie de alumno libre. No podía pagar el costo de los cursos.
Un día, Jorge Suárez me llama y me dice que Armando quiere contar conmigo
como asistente de cámara de un documental sobre el rodaje de “La Muralla
Verde”. El corto, de 10 minutos sería dirigido por Nora de Izcue, la
fotografía y cámara la haría el propio Jorge y yo su asistente. Con Jorge
habíamos hecho un par de películas en 8 mm. Pero pasar del 8 mm. blanco y
negro al 35 mm. color, era un reto y una oportunidad extraordinaria.
El hermano de Armando, Mario, había llegado de Caracas para hacerse cargo
de la Dirección de Fotografía. Aprendimos todo de él. Durante los dos
meses que duró la preparación antes del rodaje, en las oficinas de Amaru,
cada día era una fiesta. La responsabilidad era enorme ya que se trataba de
LA PRIMERA película hecha íntegramente por técnicos peruanos. Salvo
Anichinni, suizo de origen, pero más peruano que el cebiche, que sería
camarógrafo.
El rodaje duró casi tres meses, uno en Lima y dos en la selva de Tingo María.
Tenía 21 años y un amor de ida y vuelta.
La selva es vida y muerte constante. En pleno rodaje, perdí el gran amor de
mi vida, el nunca recuperado, el siempre deseado. Era marzo y llovía a cántaros.
Se suspendió el rodaje. Si no había trabajo, la soledad era enorme.
Recuerdo que en plena lluvia me interné en el bosque, lloré como un lobo
sin luna. Regresé lleno de barro y fiebre, casi a punto de morir. Pero había
que filmar y filmar. ¿De qué otra manera se borran las huellas del primer
naufragio?
Primeros aprendizajes: cine y amor. No otra cosa ha sido mi vida, ahora a
los 60 años.
Después de “La Muralla Verde”, Armando dedicó la misma energía que
utilizó para limpiar su chacra de Tocache, a la promulgación de una ley de
cine. En 1972, con el General Juan Velasco Alvarado en el poder, se promulga
la Ley 19327 de promoción de la producción cinematográfica, que concluyó
en 1992, gracias a la ignorancia de Fujimori y su ministro de Economía,
Carlos Bologna. En esos 20 años, se produjeron más de 70 largometrajes y más
de mil cortos. Fue la gran escuela.
Armando, retirado del cine, no por voluntad propia, es apenas reconocido.
Luego de su aventura amazónica, hace “Espejismo” (1972). Y punto. Lo
que vino después fue “Sonata Soledad” (1987), una especie de retorno a
los orígenes experimentales del cine amateur, filmada en 16 mm. y blanco y
negro. Y algunos cortos para exhibición obligatoria.
A Armando Robles Godoy, después de “En la selva no hay estrellas”, le
preguntaban sobre el destino del cine peruano. Y él decía una frase
provocadora, fiel a su personalidad. “Cuál cine peruano. El cine peruano
soy yo”.
Ahora la partida de Armando, a los 87 años, deja un enorme vacío entre los
que lo conocimos, fuimos sus alumnos y compañeros de trabajo. Su familia,
Ada, Marcela y Delba, tienen la fortaleza que aprendieron del padre. Mi
solidaridad para con ellas.
Ronald Portocarrero
Diario "La Primera"
|
|