<< Inicio
PROHIBIDO TOCARLO
Por: Pedro Salinas
“El
poder no es amigo de discusiones. El poder afirma y solo tiene amigos y
enemigos”, le dijo Edmon Jabès, autor de El libro de las preguntas, al
escritor Paul Auster. Pero Alan García, pienso, podría firmar la frase, sin
dudarlo un segundo. Porque así es como entiende el ejercicio del poder y sus
relaciones con la prensa. Unos le caen bien y otros le caen mal.
El fenómeno no es de ahora, claro. Solamente que el cainismo navajero que
ostenta Alan, como parte de su tonante personalidad, se ha exacerbado en los
últimos tiempos. Y permítanme citar algunos ejemplos, para que no me digan
que opino desde el prejuicio.
Durante su última rabieta, dijo: “un diario y un programa de televisión
tendrán que explicar por qué juegan así (…) están buscando mini
incidentes, mentirosos además (…) Eso se llama bajeza”. Cuando Alan García
lanza aquello, caigo en la cuenta de que la alusión tiene nombres de
periodistas: Juan Carlos Tafur y Rosa María Palacios, para más inri. Y en
ese orden. El primero, Tafur, por osar ventilar el episodio de la cachetada,
que ha sido negado tantas veces como Toledo negó a Zaraí, pese a que todos
los testimonios indican que sí la hubo (salvo, por cierto, el del
autoinculpado Rachumí, que, como demostró este periódico, tiene más
trayectoria bufalesca que Agustín Mantilla). La segunda, Rosa María, por
atreverse a entrevistar en televisión al loquito insultador.
Así que me digo: ¿y Alan cree que, elevando los decibeles, culifrunciendo
las cejas, y poniendo cara de orco estreñido, de esas que te quitan el hipo,
va a asustar a dos periodistas curtidos como Tafur y Palacios? Presumo que
intuye que no. Que advierte que a ellos no les va a meter miedo. Pero también
sabe perfectamente, el matoncito del barrio, que su hiperhuracanado grito será
oído nítidamente en las oficinas de algunos propietarios y directores de
medios, ellos sí, de tímpanos asustadizos, de membranas trémulas, que son,
cómo decirlo, un poquito más sensibles a los alaridos presidenciales. Y que,
previsores, se adelantan a los hechos y circunstancias que, sálvenos dios,
podrían malencarar al gobernante e indisponerlo con el medio. No sé si me
entienden. Y si me explico.
El
caso es que, para evitar esos engorrosos trances y futuros enojos, que tensen
aún más la ya extenuada banda presidencial, se producen situaciones como las
ocurridas recientemente. A Jaime Bayly, verbigracia, otro periodista chúcaro
y díscolo, y de gran influencia, se le rescindió unilateralmente el contrato
que tenía con Frecuencia Latina, para que su voz disidente deje de
escucharse. Y, zas, se acabó, sin más trámite. Ya no va más. Y de la noche
a la mañana, nos quedamos sin Francotirador. Y antes de exclamar no puede
ser, al reportero César Pereyra y a su productor Martín Suyón, del programa
Enemigos Públicos, se les aplicó el mismo día la misma receta. Aunque a
ellos, me temo, el mensaje les llegó con más sinceridad y desparpajo, y se
les vetó
una nota que, digamos, no le prendía inciensos a García. “Muchachos, con
el presidente no podemos meternos”, les dijo Lex Luthor. He oído mal,
seguro, dijo Pereyra. Pero no. Había oído bien. Censura. Pereyra renunció,
como corresponde, y se acabó la vaina.
Encima, Alan, como quien mea el territorio para marcarlo, pretendió
endilgarle la culpa de todos los males a la prensa. “La prensa contribuye a
que insulten a los políticos en la calle”, dijo. Qué cuajo, dirán
ustedes. Pues sí. Lo mismo pienso yo. Qué cuajo. Porque si no fuera por la
prensa, la corrupción que carcome la política no se evidenciaría.
Pero la verdad, no sé de qué me extraño, si luego sale ese payaso
disfrazado de magistrado apuntillando lo del “país de maricas”, y que
todo vale, que esto y aquello. Y llegamos a lo de siempre. Y lo de siempre, ya
saben, es que seguimos viviendo en un Perú sumiso y triste hasta la náusea,
que se ha convertido en una chacra de politiqueros bravucones y de cobardes,
en el que el abuso se mueve con naturalidad impúdica. Y, para colmo, tiene la
cara de nabo de Alan García.