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La campaña del SÍ 

 


Por: Pedro Salinas

Puestos a sincerarse, esta revocatoria no tiene ni pies ni cabeza. Y menos, algún tipo de lógica o de racionalidad o de sustento. Porque hasta ahora, la verdad, me he leído, resignado y armado de muchísima paciencia, una buena cantidad de columnas y artículos de opinión y pareceres y entrevistas a políticos y analistas y sabelotodos de terno y corbata. Y qué creen. El principal argumento para tumbarse a Susana Villarán, la alcaldesa en apuros, es: “La gestión es bastante deficiente”. Punto. No hay más que eso, es decir. Que a Marco Turbio no le gusta “la gestión”. Y que a los apristas Mulder y Vílchez, tampoco.

Escucho algunas entrevistas en la tele, y lo mismo. “La gestión”, apuntan todos los del SÍ. Ergo, no nos queda otra que ir a votar el 17 de marzo para que Susana Villarán se vaya a su casa, con la marca de una suela de zapato en el poto. Por “la gestión”, ya saben.
Y claro. Uno se dice a sí mismo: Un momentito. ¿Por “la gestión”? ¿Pero con ese raciocinio no debería revocarse al actual Congreso? ¿Y el anterior Parlamento no debió revocarse por lo mismo? ¿Y no debió revocarse, de igual forma, el primer gobierno de Alan García? Más todavía. ¿No debió revocarse ídem, no faltaba más, su segundo gobierno? Total. ¿Con esa argumentación no debería revocarse también a Ollanta Humala, y de paso a la jabonosa Nadine? Digo. Por “la gestión”, obvio.

Y en esas, como todas las reflexiones de los voceros del SÍ se repiten y se reducen a eso, uno podría inferir que es mejor la anarquía a “la gestión” de Villarán. Y así lo reconocen los apristas, oigan. Con desparpajo, les cuento. Mauricio Mulder, verbigracia, con cara de jinete del Apocalipsis, augura que, de ganar el SÍ, habrá “una especie de apaciguamiento en la toma de decisiones”. Algo así como una “paralización”. Porque, explica a La República en entrevista con Rosa María Palacios, “la autoridad que entra no toma muchas decisiones, administra nada más el día a día y espera que se convoque el proceso electoral”. Y lo dijo así, como suena. Como si se tratase de un pequeño detalle.

Pero yo me sumo a lo dicho: Eso es exactamente lo que va a ocurrir de prosperar este absurdo. Se entronizará en Lima el desgobierno. El caos. El chongo. Algo que a Mulder y compañía parece importarles un pito. O un rábano. O un carajo.

Pensé mucho en eso en estos días, viendo entrevistas en la tele, oyéndolos en Radio Capital, en Errepepé, leyéndolos en los diarios, soltando frases con la gravedad de quien lo tiene todo muy claro, y nada, qué les puedo decir. Que solo pude hacer eso. Prestarles mucha atención y acomodarme en la silla. Y fue cuando me pregunté por qué estos señores no se pueden esperar hasta el 2014 para hablar de “la gestión”. Porque vamos. Una revocatoria planteada en esos términos lo único que encierra es inestabilidad, desbarajuste, vacío de poder, desconcierto. Y así.

Y oyéndolos me dije: “La gestión” –a menos que sea como la de la primera administración de García- te la bancas hasta el final, que eso es lo democrático. Te guste o no te guste. Te cuadre o no te cuadre. O en su defecto, planteas una revocatoria cuando estás en una situación límite. De “incapacidad moral”, o sea.

No obstante, como vemos, ese no es el caso ni de cerca. Ni de lejos. Y claro. Cuando tienes delante toda la falacia del asunto y te imaginas lo descalabrada que quedará la ciudad de triunfar el SÍ, entonces quisieras que se metan la revocatoria donde les quepa. En plan Lourdes Flores. Pero ya es muy tarde.

Ya es muy tarde, digo, y como anota Augusto Álvarez Rodrich, “lo que García y compañía han conseguido –al margen del resultado de la revocatoria- es emputecer aún más la política peruana, convirtiéndola en un gran prostíbulo en el que todo vale”. Pues eso. Eso, y han conseguido además dejarnos la impresión de repugnancia de una infame clase política peruana, cuya demagogia y chatura intelectual ha descollado como nunca gracias a la revocatoria.


Un gran prostíbulo

Esta revocatoria dañará mucho a la política peruana.


Por Augusto Alvarez Ródrich

La política peruana está oliendo mal y es probable que la hediondez se quede por mucho tiempo debido a la revocatoria en marcha, al margen de si esta se concreta o fracasa.

 

El plan para defenestrar a la autoridad municipal de Lima no busca mejorar la ciudad –cuatro alcaldes en tres años es lo más alejado de ello– sino objetivos particulares que van a dejar una secuela cuyas consecuencias serán lamentables y difíciles de erradicar de la política peruana.

Para ello se han arrejuntado Alan García –y metido al Apra en la colada–, Luis Castañeda y la parte bruta de la derecha peruana –incluyendo un grupo de medios frustrado porque hace tiempo que no gana una elección–, aconchabándose en un combo achorado que será recordado por el daño que le produjo a la política nacional, algo por lo que deberán asumir su grave responsabilidad.

Este combo está tratando de romper la regla básica de la democracia de que el que gana limpiamente una elección debe terminar su mandato, salvo circunstancias excepcionales, como la de Alberto Fujimori en el 2000, cuando se constató que el Perú vivía en una corrupción mayor al promedio inaceptable de una sociedad que es demasiado corrupta. Esto se respetó, incluso, en circunstancias extremas, como en la segunda parte de los ochenta, cuando el primer gobierno de Alan García produjo, por su irresponsabilidad e impericia, un desmadre expresado en un colapso económico, político y moral que puso al país en el abismo.

El país fue generoso con García y le permitió terminar el mamarracho que lideró con tanto entusiasmo, y luego le dio una segunda oportunidad para que la historia no lo recuerde como el peor presidente del Perú.

 

Él no lo entendió así. En el 2004, marchó con la CGTP para tumbarse al gobierno democrático de Alejandro Toledo y, si no fuera por la patada en el trasero que le propinó a una persona con  discapacidad, su intento pudo haber alzado vuelo. Hoy, repite el asalto, al chavetazo, aconchabado con Castañeda y la DBA, que no es contra Lima sino contra la democracia y la institucionalidad.

 

En vez del estadista en el que quiso convertirse en su segundo buen gobierno, García confirma con lo que hace que ha regresado al irresponsable de su primera administración. 

 

La revocatoria es un instrumento constitucional, es cierto, que, sin embargo, debe ser revisado para que no sea mal usado, como ha ocurrido en varias ciudades, y que ahora se quiere consolidar en la capital, como chaira para el ajuste de cuentas, usando a Marco Turbio como sicario.

 

Lo que García y compañía han conseguido –al margen del resultado de la revocatoria– es emputecer aún más la política peruana, convirtiéndola en un gran prostíbulo en el que todo vale. Esto recién ha comenzado.

 

  
Fuente: Diario 16

"Solo conoceremos nuestra verdadera estatura cuando nos pongamos de pie"