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Además: Lo que se está jugando en el caso Sobrerón
Coca: reducir, no erradicar
Rodrigo Montoya Rojas
Erradicar es una palabra que proviene del latín erradicare y quiere decir simplemente arrancar de raíz;
así de simple, sin ambigüedad alguna ni ninguna otra acepción que dé lugar a posibles malentendidos. El mismo
verbo en inglés quiere decir arrancar de raíz y es también sinónimo de extirpar, barrer, limpiar, cancelar,
eliminar, exterminar, aniquilar y dejar hecho polvo. Tiene sentido esta mención a la palabra en inglés porque
fue sin duda en inglés que se pensó y escribió la política norteamericana sobre la coca y de ahí se tradujo al castellano para que, obedientemente, los funcionarios peruanos del poder colonial sigan esa línea de acción.
De dos cosas una: si se propone erradicar la coca lo que se quiere es extirpar, barrer, limpiar, cancelar, eliminar, exterminar, aniquilar y dejar hecha polvo toda planta y semilla de coca, en otras palabras, no dejar una semilla viva; si se quiere que se siembre menos coca debe hablarse simplemente de reducción o de disminución del área sembrada. Cuando en la política se defienden grandes intereses el doble juego en las palabras que se usan es plenamente intencional. Los yanquis saben muy bien lo que quieren y los funcionarios peruanos encargados de aplicar esa línea de acción no son tontos ni débiles mentales, saben castellano y también algo o mucho de inglés, pero ocurre simplemente que siguen la táctica de la ambigüedad y el doble discurso porque mientras en Estados Unidos la coca es simplemente ilegal -tanto en hojas, en cocaína o en pasta-, en la legislación peruana el cultivo de hojas de coca está reconocido legalmente y contamos con la Empresa Nacional de la Coca, ENACO, que compra y vende hojas de coca y lleva un registro obsoleto de productores cocaleros. Hablar de una erradicación parcial o selectiva es una contradicción porque no se extermina a medias y es bueno seguir el sabio consejo francés, dicho en buen romance, “de no tener el trasero en dos sillas”.
El problema sencillo en Perú es que la mayor parte de la producción de hojas de coca se convierte en pasta y en cocaína que es llevada por narcotraficantes de muchos colores al mundo entero, particularmente a Estados Unidos y que es allí donde queda una buena parte de las extraordinarias ganancias con la complicidad oficial más grande que el tamaño del planeta tierra.
Si para combatir el narcotráfico hay que exterminar las hojas de coca, ese camino lleva al fracaso. Ya quedó demostrado que cuanto más se “erradica”, más se cultiva. Se trata, simplemente, de reducir las áreas sembradas. Para eso sería muy sencillo tener un registro de productores y vendedores legales, luchar en serio contra las mafias de productores, comerciantes y consumidores de cocaína en Perú, Estados Unidos y en todas partes, e industrializar la coca y obtener buenas ganancias con productos alimenticios, medicinales y estéticos para los mercados interno y externo.
Si el gobierno de Humala no procede con seriedad y originalidad y cede al clamor de la derecha para “seguir erradicando”, habrá perdido la guerra sin haber dado una batalla. Si reemplaza erradicar por reducir, habrá dado un gran paso adelante. Le faltará entonces ganar otra batalla frente al viejo y reaccionario acuerdo de Viena: considerar como droga a la cocaína pero no a la hoja de coca. Hace menos de 200 años inventaron la cocaína en Europa. En Perú, tenemos las hojas de coca desde hace cinco mil años y en todo ese tiempo no le han hecho daño a nadie.
DOSSIER
CARACTERÍSTICAS DE LA HOJA DE COCA
La coca es un antidepresivo, quita la tristeza. Es
anestésico, quita el dolor. Es un alimento concentrado, esto se ha descubierto hace veinte años recién. Y es
estimulante.
Hasta el día de hoy los indígenas leen en coca y preguntan a la coca. La maldición se refiere a la cocaína.
La hoja se ha utilizado en toda Latinoamérica desde hace
unos 5 mil años o más. Se han encontrado máscaras entre Chile y Argentina de
tribus nómadas del post glacial que evidencian el uso de coca.
Todas las culturas latinoamericanas han mascado coca, desde la cultura Coclé en Panamá, la Capulla y Tairones en Colombia, la Valdivia en Ecuador, la Moche, la Quechua en Perú, el Aymará, el Tiahuanaco en Bolivia y pequeñas tribus en toda la zona amazónica que lo hacen hasta el día de hoy.
La coca es la planta domesticada más antigua de Latinoamérica. Hay muchas evidencias arqueológicas como es en Huachaprieto, al norte del Perú que muestran en las momias el uso de la coca tanto alrededor como en la boca.
El uso en la época precolombina de la hoja de coca era mágico ritual. Era sumamente importante para todos los rituales y su uso era extendido a toda la población incluso en el incanato.
Aunque hay un mito que dice que solamente la elite de los incas mascaba coca, pero no es cierto. Hay muchas evidencias y las nuevas investigaciones demuestran que no es así.
Esto cambia cuando llegan los españoles. Ya Américo Vespusio escribe que todos mascaban la hoja de coca, que eran muy feos, que todo el rato mascaban una hierba verde y no sabían para qué.
Como era tan importante para la espiritualidad indígena la hoja de coca, la iglesia católica se ensaña con ella.
La declaran hoja y hierba del diablo. La inquisición se hace cargo de la matanza y persecución de indígenas por el uso de coca.
Esto cambia cuando se descubre el Cerro Rico de Potosí, rico en plata en Bolivia, donde se ve que un indígena solamente mascando coca podía trabajar 48 horas sin interrupción.
Felipe II, rey de España declara la hoja como necesaria para el bienestar de los nativos. Los españoles se adueñan de la producción y la iglesia impone diezmos a la coca en el año 1580.
En la época de la colonia, no cambia mucho la situación. En esa época había en Bolivia dos negocios grandes. Uno era la plata de Potosí y la segunda eran las plantaciones de coca.
Los españoles se adueñan de las plantaciones de coca y se calculan 250 kilos de oro mensuales por venta de hoja de coca que se les vendía a los indígenas. Y éstos cambiaban lo que fuera para soportar el trabajo en las minas.
En 1826 Bolivia se declara república y cuatro años después surge la sociedad de propietarios de coca de los Yungas.
Señores hacendados muy ricos tenían plantaciones de coca quienes forman la elite política y económica de La Paz.
La coca hasta ese momento había sido un gran negocio solamente porque era de uso indígena y la mayoría de Bolivia es indígena, pero este mercado viene a ensancharse cuando en 1860 se descubre la cocaína como anestésico.
La cocaína es el primer anestésico que se descubre. Empresas como la Merck, farmacia de Paris y la Parke Davis compraban toneladas de hoja de coca para hacer anestésicos.
En 1880 surge la Coca-Cola que se la hace con hoja de coca. También era un mercado muy grande y eran toneladas de hoja de coca que se compraban.
Un señor de apellido Gamarra tenía casi tres poblados, hectáreas muy grandes de plantaciones de coca con 32 comunidades indígenas dentro de sus tierras que producían solamente hoja de coca.
Luego viene la revolución del año 1952, se le devuelve la tierra al indígena y mas bien la zona de los Yungas sobre todo que eran productoras de coca, varía la producción.
Aparecen cítricos y otros porque el indígena hasta el día de hoy, sigue comiendo lo que produce. Se diversifica más pero el mercado de hoja continúa siendo un mercado grande.
En 1987 se realiza un censo de uso de coca en Bolivia, lo hacen dos antropólogos que demuestran que el 82% del indígena en Bolivia masca coca. El porcentaje es muy alto porque los niños no mascan coca.
Lo que se está jugando en el caso Soberón
“Las políticas prohibicionistas basadas en la erradicación, la prohibición y la criminalización del consumo no han funcionado”
Por: Raúl Wiener
Declaración de los expresidentes Brasil Fernando Henrique Cardoso; México, Vicente Fox; y Colombia, Ernesto Samper.
Lo
increíble del caso Soberón es que todo el mundo sabe que la llamada “política
antidrogas” promovida por los Estados Unidos y adaptada por los gobiernos de
América Latina y que se basa en la erradicación forzosa, destrucción de
cocales e ilegalización del consumo es un completo fracaso. Cada año
aumentan las hectáreas sembradas de coca con destino al narcotráfico., la
producción y exportación de cocaína, el poder de las mafias y la violencia
generada a partir de este vil negocio. Pero nuestros gobiernos siguen buscando
afanosamente cumplir metas anuales de erradicación para no recibir una nota
desaprobatoria de Washington mientras la clase política tradicional y los
medios de comunicación se encargan de demonizar cualquier intento de
modificar esta orientación claramente suicida (nos encamina a una situación
tipo México) y profundamente servil a los intereses de la gran potencia.
Estados Unidos no está dispuesto a aceptar que los gobiernos dispongan soberanamente de su política hacia la producción de narcóticos, porque se consideran como “afectados” por el ilegal negocio y con “derecho” a decidir y participar en lo que sería un “interés propio”. En los hechos, lo que están haciendo es sostener la idea ilusa de que el alto consumo de drogas entre su población y el inmenso movimiento de dinero que corre tras ello sólo podría detenerse si en Perú, Bolivia, Colombia y cualquier otro país se pudiera eliminar hasta el último árbol de la coca. Como eso no puede ocurrir se contentan con una cuenta anual de hectáreas erradicadas, ignorando el dato de que otras zonas se incorporan paralelamente a la producción haciendo inútil el esfuerzo.
Hace mucho tiempo que
las áreas de erradicación son las mismas (Huallaga), y los distritos,
caseríos y familias escogidas para las operaciones del CORAH (policía
militarizada encargada de la erradicación) responden a un mismo patrón:
cocaleros pobres, de baja productividad y con fuertes deudas con los
acopiadores. A esta gente se le ataca como si se tratara de los verdaderos
narcos y se les destruye todo lo que tienen de valor, sometiéndolos a
condiciones de violencia. Cada chacra representa alrededor de una hectárea
erradicada que va al registro. Anualmente la meta está en 12 mil hectáreas
erradicadas, lo que más o menos que se cumple al costo social que estamos
señalando, mientras que en otros lugares: VRAE, Puno, Cusco, etc., ingresan
alrededor de 20 mil nuevas hectáreas llamadas ilegales.
Obviamente se trata de un círculo vicioso que sólo sirve para ocultar que Estados Unidos no hace nada para controlar la droga y las mafias en su territorio, y que los gobiernos de esta parte del mundo pagan su cuota de campesinos zarandeados y despojados para aparentar un combate al narcotráfico que no existe. La captura de dirigentes cocaleros como los de la operación “Eclipse” y el afán de relacionarlos con el terrorismo y el narcotráfico, apunta a desorganizar a los productores en sus intentos de negociar con el Estado y evitar políticas concertadas, y a generar una imagen de “enemigo de varias cabezas” al que hay que tratarlos con una lógica de guerra.
Ricardo Soberón ha venido denunciando esta realidad de la política antidrogras durante muchos años y entendiendo que los cocaleros son personas con las que hay que conversar y entenderse. Precisamente por esta trayectoria profesional y política es que el presidente Ollanta lo escogió para DEVIDA. Pero ahora lo quieren destruir agitando lo que él dijo una y mil veces, que la erradicación no funciona (que es lo que afirman también varios ex presidentes), que los cocaleros son personas de trabajo con los que hay que contar para el desarrollo alternativo y que la coca (léase bien, la coca) no es una planta maligna, ni un estupefaciente, sino un producto vegetal al que se le extraen componentes para fabricar una de las drogas más famosas.
Los que quieren tumbar al actual jefe de DEVIDA, pretenden además que nos traguemos el sapo de que la política de persecución a los cocaleros, alentada por Estados Unidos, es una “política de Estado”, algo así como inmodificable. De ahí el escándalo que ahora se ve en el Congreso en el que varias bancadas quieren linchar a Soberón. Y todos vuelven a decir: cierto que ha fracasado, pero n o podemos dejar de erradicar; cierto que Soberón recién empieza su gestión y no ha hecho nada que merezca la ametralladora de ataques que recibe todos los días, pero así es la erradicación, incluye erradicar a los funcionarios que no gustan a Estados Unidos, como le sucedió al ministro aprista chiquitín Salazar al comenzar el segundo gobierno de Alan García.
Las actas de Tocache y Quillabamba
Cuando el ministro
Juan José Salazar, renunció en mayo del año 2007 no tenía ni de lejos una
trayectoria que pudiera aproximarlo al trabajo profesional de Ricardo Soberón
o alguna claridad de ideas sobre lo que debería hacerse con la producción de
coca ilegal y el narcotráfico. Su pecado fue firmar un acta llamada de
Tocache con la que suspendía la erradicación forzosa para iniciar
conversaciones con los dirigentes cocaleros que desató una escándalo de los
demonios y obligó al gobierno de Alan García a declarar que era una medida
“temporal” y restituir en pocos días la destrucción de sembríos en el
Huallaga. En plan de explicarse el ministro dijo que había cometido un “error”.
Poco después cometió un segundo “error” que esta vez le costó la cabeza. Fue cuando firmó otra acta denominada de Quillabamba, con los cocaleros legales, que venden su hoja a Enaco, con los que se comprometía a denunciar la Convención de Viena que incluye a la hija de coca en la lista de drogas junto con la cocaína, la heroína y otras. Por supuesto que esto fue inaceptable para el establishment y Salazar fue enviado de vuelta a su chacra en Lambayeque. Se probó que no se puede tocar las reglas internacionales impuestas por Estados Unidos y que la guerra es contra la coca y no contra la cocaína, es decir contra los cocaleros y no contra las mafias de la droga.
Hay paralelos entre lo que pasó al comienzo del segundo gobierno de García y lo que está empezando a pasar con el recién inaugurado gobierno de Ollanta Humala. Sólo que en el APRA nunca hubo ideas claras sobre el problema de la coca, mientras que nacionalismo hizo una alianza sólida con este sector de la población. Por eso ahora la puntería no está sólo dirigida contra Soberón y los conceptos que ha defendido desde hace muchos años, sino contra la posibilidad de incluir a los cocaleros en la política de cambios y en la nueva economía del Perú. En última instancia es evidente que hay quienes quieren mantener una guerra perpetúa en la ceja de selva, que es una guerra contra los pobres y un germen de violencia e injusticia que se puede volver mucho más grave si sigue como está.
11.09.11